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EL TRABAJO DECENTE ES UN DERECHO, NO UN PRIVILEGIO
Carta con motivo del Día de la mujer trabajadora

Queridos hermanos y hermanas, queridos amigos:

Al acercarse el día 8 de marzo, día dedicado a la mujer trabajadora, quiero tener un pensamiento, además del afecto, hacia todas las mujeres trabajadoras, con el deseo para ellas, y para todos, de un trabajo decente.

Nos encontramos en un momento crucial en la historia, donde la dignidad de la mujer y la lucha por la justicia laboral e igualdad deben ser reconocidas y valoradas en toda su magnitud.

El trabajo decente no es un privilegio, sino un derecho inherente a cada ser humano. Esta verdad, aunque evidente, a menudo se pasa por alto, especialmente cuando se trata de la realidad de la mujer trabajadora. Las mujeres han sido y siguen siendo una fuerza vital en la familia, en nuestras comunidades y en la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Sin embargo, su realidad muchas veces permanece invisible, eclipsada por las desigualdades y las injusticias.

Es esencial que reconozcamos y valoremos el inmenso aporte que las mujeres realizan en todos los ámbitos de la vida. Desde el hogar hasta los puestos de liderazgo, las mujeres han demostrado una resiliencia y una capacidad extraordinaria para enfrentar desafíos y superar obstáculos. Sin embargo, no podemos ignorar que muchas mujeres siguen enfrentando barreras significativas en el ámbito laboral, desde la brecha salarial hasta la falta de oportunidades de crecimiento y desarrollo profesional. Nos recuerda el papa Francisco a propósito del papel de la mujer en la creación de una verdadera amistad social, que “también en esto son modélicas muchas mujeres empobrecidas, que saben combinar la ternura y la política, la cercanía y la firmeza, con una imaginación y tenacidad admirables. Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. […] La ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes” (FT 194).

Nuestra llamada hoy es a un cambio transformador. Necesitamos un compromiso firme y decidido para erradicar las desigualdades y crear un entorno donde todas las personas, independientemente de su género, puedan acceder a un trabajo digno y decente. Este cambio no solo beneficiará a las mujeres, sino que enriquecerá a toda nuestra sociedad, promoviendo la justicia, la igualdad y el respeto por la dignidad humana.

Las políticas públicas deben enfocarse en garantizar la igualdad de oportunidades y en eliminar cualquier tipo de discriminación en el lugar de trabajo. Es necesario implementar medidas que aseguren una remuneración justa y equitativa, así como la creación de condiciones laborales que favorezcan el desarrollo profesional y personal de las mujeres. Además, es crucial fomentar la participación de las mujeres en puestos de liderazgo y toma de decisiones, para que sus voces sean escuchadas y sus perspectivas sean consideradas en la construcción de una sociedad más justa.

En este año, en el que hemos sido convocados a ser peregrinos de esperanza, miremos a Jesús, el obrero de Nazaret, él es siempre modelo para nuestra vida y compañero en el camino. El Señor nos muestra que la verdadera transformación personal, comunitaria y social comienza en el lugar concreto que tenemos en la sociedad, y a través del testimonio de una vida entregada a los demás; nuestras palabras deben llevar siempre el sello de lo que vivimos, de lo que vivimos cotidianamente, para que tenga la radicalidad evangélica que nos mueve.

No olvidemos que cada pequeña acción cuenta y que todos podemos contribuir a este cambio transformador. Desde nuestras familias, nuestras comunidades eclesiales –parroquias y movimientos-, y nuestros lugares de trabajo, podemos promover la igualdad y la justicia. Educar a las nuevas generaciones en el respeto y la valoración de la dignidad humana es fundamental para construir un futuro más equitativo y solidario.

Con esperanza seguimos caminando juntos; viene con nosotros María, la Virgen, que siempre acompaña el camino del pueblo peregrino y misionero que es la Iglesia, a ella encomendamos nuestras vidas.

Con afecto en el Señor.

+ Ginés, Obispo de Getafe