Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
A todos nos gustaría cambiar el mundo, hacer un mundo mejor. Aun reconociendo la obra maravillosa que es la creación de Dios, a todos nos gusta soñar un mundo que se parezca más al proyecto de Dios, a esa realidad que el Padre bueno y providente puso en nuestras manos. Dicen, y es verdad, que el mundo está bien hecho, pero mal repartido.
El lema para el DOMUND de este año es atrevido, diría que hasta provocativo: “Cambiar el mundo”. Aunque algunos piensen que esto es algo irrealizable, sin embargo, es lo que hace la Iglesia, lo que hacen nuestros misioneros cuando van hasta los confines de la tierra para anunciar el Evangelio. ¿Por qué atraviesa un misionero el mundo entero dejando su tierra y su casa? Sin duda, para cambiar el mundo, porque cree que ese cambio es posible. No es que confía en su sabiduría ni en su fuerza, confía en el poder de Dios que puede hacer todo nuevo. El Evangelio es la salvación de Dios que transforma el corazón del hombre y transforma la realidad en la que éste vive.
A la hora de cambiar el mundo surgen otras muchas preguntas. ¿Qué hemos de cambiar?, ¿cómo hemos de cambiarlo?, y, ¿quién debe hacerlo?, entre otras.
Ciertamente no basta con cambiar la realidad exterior, lo que se ve. Para que cambie el mundo, antes hemos de cambiar los corazones, de lo contrario nuestras transformaciones al ser externas serán también vulnerables. Si cambiamos el corazón todo lo que nos rodea cambiará también, porque en definitiva la realidad la hacemos nosotros. Es verdad que hay ideologías y estructuras que sustentan el poder económico, político, social o cultural creando un mundo que no nos gusta, y nos preguntamos: ante estas fuerzas, muchas veces ocultas, ¿qué podemos hacer? La respuesta más fácil sería decir: nada. Pero no es cierto, todos podemos cambiar nuestra realidad, aunque sea de modo humilde, imperceptible para el mundo. Todo lo cambia el amor. Y nosotros sí podemos amar. Los misioneros van a la misión y aman, y porque aman se entregan, y su entrega ya está transformando el mundo de la pobreza, y en él una parte de la tierra. Muchas veces por querer cambiar todo no cambiamos nada, aquí no vale el todo o la nada. Quizás puedes cambiar un poco, pues atrévete a cambiarlo.
Nuestros misioneros cambian el mundo, y son una invitación para que todos tomemos conciencia de que somos misioneros. En casa, en la parroquia, en el trabajo, en nuestro ambiente tenemos que ser misioneros. Nuestra vida tiene que convertirse en un anuncio permanente de la salvación de Dios. Hemos de decir a todos que Dios los ama, y que su amor nos hace nuevos, nos transforma.
Este año el Papa Francisco con motivo del Sínodo de los Obispos que se está celebrando en Roma en estos días con el tema de la fe, los jóvenes y el discernimiento vocacional, invita a los jóvenes a renovar en el corazón la llamada misionera. Nos recuerda el Papa que la fe permanece joven cuando se abre a la misión. Ciertamente nuestras iglesias envejecen cuando ya no ven más allá de sí mismas, cuando han perdido el horizonte de una Iglesia que es católica y presente en todo el mundo. Nuestras parroquias para ser jóvenes han de ser misioneras, abiertas a la misión, casa abierta para salir y anunciar a todos el Nombre del Señor Jesús, hogar acogedor para que todos puedan venir a ver y vivir con nosotros la alegría de la salvación.
Quiero recordar desde aquí con afecto y agradecimiento a nuestros misioneros, sacerdotes, consagrados, laicos, que han salido de esta iglesia de Getafe para anunciar a Jesucristo en otros lugares. Los sentimos muy cerca, y los rodeamos con el abrazo de nuestra oración y nuestro afecto. Sentimos que son esta Diócesis que se abre a la Iglesia universal y a sus necesidades. Ellos, nuestros misioneros, nos recuerdan cada día la necesidad de ser una Iglesia misionera, de ser discípulos misioneros, de ser comunidades abiertas a la misión.
Pidamos también por las vocaciones misioneras en nuestra Diócesis. Que la voz del Señor que sigue llamando encuentre la respuesta generosa de hombres y mujeres dispuestos a ser la misión universal de la Iglesia.
María, la Virgen, fue y sigue siendo misionera. Con Jesús en su seno salió de prisa para ayudar a su prima Isabel; ciertamente le llevó la ayuda material, pero sobre todo la presencia del Niño que se gestaba en ella, del Señor. María hoy sigue siendo la mujer que nos trae a Jesús y nos invita a vivir como Él, a hacer lo que Él nos dice, en el acompañamiento y el servicio a los demás.
Queridos diocesanos, os invito a rezar por las misiones y los misioneros, y a prestar también nuestra ayuda a través de aportaciones económicas. Nuestra caridad no sólo les ayudará a ellos, sino que también nos ayudará a nosotros, al menos, irá sacándonos de una mentalidad egoísta y nos abrirá al mundo, a los hermanos.
Con mi afecto y bendición.
+ Ginés, Obispo de Getafe.