La Cuaresma, cada año, nos recuerda que nuestra vida es un camino hacia la Pascua, hacia el encuentro con el Señor, para verlo cara a cara un día en el Cielo, pero mientras somos peregrinos en este mundo necesitamos experimentar de otra manera este encuentro. La Semana Santa posibilita que vivamos este encuentro pascual con el Señor muerto y resucitado. Por eso, la Iglesia que es Madre y Maestra nos ofrece un tiempo de preparación durante la Cuaresma. La Cuaresma es camino que nos conduce a la gran celebración pascual.
Comenzamos el tiempo cuaresmal con el expresivo signo de la ceniza. El hombre reconoce que no es nada si Dios le falta, ¿cómo podremos vivir sin referencia al Creador? La armonía de la creación se vio rota por el hecho del pecado que se introdujo en el corazón del hombre, y así en el mundo. “Cuando se abandona la ley de Dios –escribe el Papa en su mensaje para la Cuaresma de este año-, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil”.
Por eso, la vuelta a Dios es un camino de conversión al que nos ayuda la Cuaresma. Hemos pecado, y nos arrepentimos, pero sabemos que, junto a nuestro pecado, y más fuerte, está el perdón y la misericordia que Dios nos ofrece. El perdón de Dios no tiene condiciones, sólo en nosotros existe una condición: el reconocimiento del pecado y la voluntad de volver a la amistad con Dios. Se trata de reemprender el camino como el hijo de la parábola que cae en la cuenta que una libertad, una independencia, fuera de Dios se convierte en esclavitud, sólo junto al Padre recobramos la dignidad de los hijos, y es triste que el hijo viva como esclavo.
Para este camino de vuelta al Padre, la Iglesia nos ofrece tres medios preciosos como alimento y guía segura: la oración, el ayuno y la limosna. Dejo al Papa Francisco que nos explique también el sentido de esta ayuda: “Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad”.
Os invito, querido hermanos, a entrar en este camino de esperanza para abrazarnos a Cristo en la alegría de la Pascua.
Con mi afecto y bendición.
+ Ginés, Obispo de Getafe