“Corazones ardientes. Pies en camino”
Con motivo del DOMUND 2023
El lema de la Jornada del DOMUND de este año está inspirado en el relato de los discípulos de Emaús, en el evangelio de S. Lucas (cfr. Lc 24,13-35), por lo que estamos invitados a volver a este momento para redescubrir el fundamento y el sentido más profundo de la misión cristiana.
La misión siempre nace de un encuentro con el Señor, encuentro que se da en lo cotidiano de la vida de cada uno, muchas veces con una capa de misterio que nos impide reconocer con claridad al que se pone a nuestro lado. En el origen de la misión está la llamada, la invitación a acoger lo que se nos da, y es necesario que el misionero reconozca los gestos que te van llevando a descubrir y seguir la voluntad de Dios.
Es lo que les ocurrió a aquellos dos hombres, Cleofás y su compañero, que volvían de Jerusalén con la tristeza y el cansancio que producen el fracaso de nuestros proyectos. Ellos esperaban que Jesús sería el liberador de Israel, pero las esperanzas se quedaron clavadas en una cruz. La ausencia de horizontes les hace discutir, y en ese momento se pone a su lado un caminante anónimo que no sabe lo que ha ocurrido en Jerusalén, cuando ellos pensaban ser el centro de todo, pero que les va a abrir un nuevo horizonte de esperanza y de sentido.
El Señor que peregrina junto a nosotros siempre toma la iniciativa; escribe bellamente el Papa en su mensaje para el Domund de este año: “Hoy como entonces, el Señor resucitado es cercano a sus discípulos misioneros y camina con ellos, especialmente cuando se sienten perdidos, desanimados, amedrentados ante el misterio de la iniquidad que los rodea y los quiere sofocar. Por ello, “¡no nos dejemos robar la esperanza!” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 86). El Señor es más grande que nuestros problemas, sobre todo cuando los encontramos al anunciar el Evangelio al mundo, porque esta misión, después de todo, es suya y nosotros somos simplemente sus humildes colaboradores, “siervos inútiles” (cf. Lc 17,10)”.
Después los escuchó, y les explicó las Escrituras. Les enseñó a mirar con sus ojos, y a ver la vida y lo que en ella sucede desde el corazón del Señor. Puso en sus corazones el fuego del amor que rompe barreras y no tiene límites; es el amor que sale de sí para ir al encuentro de los hermanos. Así, después, pueden exclamar los dos discípulos: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. La cercanía a la Palabra de Dios nos ilumina y nos hace descubrir lo que Dios quiere de nosotros. La Palabra de Dios abre caminos insospechados y nos lleva por sendas que nunca habría imaginado.
La presencia de Jesús en el camino abre el corazón de los discípulos para acogerlo: “quédate con nosotros”. Es en el calor del hogar, en la mesa de la fraternidad, donde el Señor pone el sello de la misión: la Eucaristía. Sin mesa, sin Eucaristía, no hay misión. Vuelvo a citar al Papa en su mensaje para este año. “A este respecto, es necesario recordar que un simple partir el pan material con los hambrientos en el nombre de Cristo es ya un acto cristiano misionero. Con mayor razón, partir el Pan eucarístico, que es Cristo mismo, es la acción misionera por excelencia, porque la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”.
El corazón ardiente que provoca la Palabra y la Eucaristía en los discípulos los lanza a la misión, salen de sí y suben corriendo a Jerusalén, donde se encuentran con la comunidad de los apóstoles –con la Iglesia- y juntos pueden decir: “Verdaderamente ha resucitado el Señor”.
Este relato de los discípulos de Emaús es una hermosa imagen de la misión cristiana, es la aventura repetida de tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia cristiana se han puesto en camino para la misión. Iluminados por Cristo Resucitado han metido en su zurrón la Palabra y el pan de la Eucaristía y se han puesto en camino para anunciar con obras y palabras el amor de Dios. Este es el sencillo y siempre impresionante milagro de la misión. En el corazón de cada misionero siempre hay un corazón ardiente y unos pies en camino.
Demos gracias a Dios porque nos hace partícipes de la misión de su Hijo Jesucristo en favor de los hombres. Y damos gracias a Dios de un modo especial por cada misionero que deja cada día su vida en los campos de misión extendida por todo el mundo. “Hoy más que nunca la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo. Por tanto, aprovecho esta ocasión para reiterar que “todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (EG, 14). La conversión misionera sigue siendo el objetivo principal que debemos proponernos como individuos y como comunidades, porque “la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia” (EG, 15)”.
A todos, queridos diocesanos, pido vuestra oración por nuestros misioneros y la ayuda, también material, tan necesaria para ellos que viven situaciones de pobreza y marginación.
Encomendamos la misión de la Iglesia y a los misioneros a la intercesión maternal de la Reina de las misiones, la Virgen María.
Os bendigo a todos con afecto.
+ Ginés, Obispo de Getafe