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Carta con motivo del día del Seminario
"El Sacerdote, don de Dios para el mundo"
Queridos hermanos y amigos:
Todos los años, nuestra Iglesia diocesana dedica un día para dar gracias a Dios por la vida y el ministerio de los sacerdotes y para pedirle que nos siga enviando vocaciones sacerdotales, y guíe por el camino de la santidad a los sacerdotes y a los jóvenes que, habiendo escuchado su llamada, se preparan en nuestro Seminario para recibir este don.
La vocación sacerdotal, ciertamente, es un don de Dios para quien escucha la llamada y permanece fiel a ella; pero es también un don para toda la Iglesia y un bien absolutamente necesario para que ella pueda cumplir su misión (1). Por eso, debe ir creciendo entre nosotros la convicción de que todos los miembros de la iglesia, sin excluir ninguno, tenemos la grave responsabilidad de cuidar las vocaciones.
Nuestra Iglesia diocesana tiene que hacerse mucho más sensible a la pastoral vocacional. Es verdad que sentimos la necesidad de un mayor número de sacerdotes cuando, viendo las grandes necesidades pastorales que tenemos, caemos en la cuenta de que nuestros sacerdotes no pueden atender, como ellos quisieran, a todas las tareas, que se les pide. Pero esa necesidad, sentida en nuestras propias comunidades, ha de llevarnos a una mayor preocupación por la pastoral vocacional “educando en los diversos niveles familiar, parroquial y asociativo a los niños y a los jóvenes ‐como hizo Jesús con sus discípulos‐ para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en la oración personal y litúrgica; para que aprendan la escucha atenta y fructífera de la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras; para que comprendan que adentrarse en la voluntad de Dios no destruye ni aniquila a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí mismos; para que vivan la gratuidad y fraternidad en las relaciones con los otros, porque sólo abriéndose al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría y la plena realización de las propias aspiracones”(2).
La pastoral vocacional, nos implica a todos. Implica a los padres para que, en su ambiente familiar, hagan comprender a sus hijos la grandeza del ministerio sacerdotal, por medio del cual Dios viene a nosotros en la Eucaristía, perdona nuestros pecados, en el sacramento de la Reconciliación, y vela por nosotros, con amor de Padre, en el seno de la comunidad eclesial. Y han de cuidar, con particular esmero, los gérmenes de vocación sacerdotal que puedan descubrir en alguno de sus hijos.
La pastoral vocacional afecta de manera gravísima a los sacerdotes. Dios se ha servido siempre del ejemplo de santidad de sacerdotes, que vivieron con amor y entusiasmo su sacerdocio, para llamar a muchos niños y jóvenes a la vida sacerdotal.
No son nuestras palabras, sino nuestra vida santa, ejemplar y feliz la que debe atraer al sacerdocio a los que Dios quiera llamar. Muchos de vosotros, que habéis acompañado, en su crecimiento espiritual y en su discernimiento vocacional, a jóvenes que hoy son seminaristas o ya sacerdotes, sabéis la gracia que Dios nos hace en cada uno. Quiero agradeceros vuestra dedicación y animaros a continuar en esta preciosa tarea. Y también quiero invitaros a confiar en aquellos a los que la Iglesia ha encargado el cuidado pastoral de las vocaciones. Me refiero a los formadores de nuestro Seminario Menor de Rozas, a los responsables del llamado “Curso Introductorio” y al equipo diocesano de Pastoral Vocacional. Confiad en ellos, colaborad con ellos y no dudéis en ponerles en relación con aquellos niños y jóvenes en los que veáis indicios de vocación. En esta tarea tan delicada todos somos necesarios.
En la pastoral vocacional tienen también un importante papel los catequistas. El catequista ha de ser, ante todo, un testigo de la fe y su misión es conducir a los niños y jóvenes al encuentro con Cristo. Animadles a la amistad con el Señor y preparadles para que su corazón esté siempre abierto a su llamada. Que en vuestras catequesis aparezca con claridad el amor a la Iglesia y la gratitud al Señor por el don del sacerdocio.
Y a todos, sin excepción, nos incumbe el deber de la oración. Estamos convencidos de que los frutos de la pastoral vocacional se deben, en gran medida, a la oración de muchos. En este momento hay más de dos mil quinientas personas inscritas en la Cadena de Oración por las Vocaciones Sacerdotales de la Diócesis, que ofrecen a Dios todos los meses un día por esta intención. Espero que esta Cadena siga creciendo. El Día del Seminario nos tiene que ayudar a ser conscientes del valor de esta oración y a fomentarla con fuerza. Son ya muchas las Parroquias que dedican un día a la Adoración Eucarística pidiendo al Señor por esta intención: ¡Ójala lo hicieran todas!
Aprovecho la ocasión para agradecer de todo corazón a los rectores y formadores de los dos seminarios diocesanos, mayor y menor, su entrega generosa y abnegada en esta misión, tan esencial en la Iglesia, de la formación de los futuros sacerdotes.
La Virgen María, Reina de los Apóstoles, cuidará con amor a sus sacerdotes seminaristas, para que sean fiel reflejo de su Hijo, Buen Pastor; y nos alcanzará del Señor, en este Año Jubilar Mariano de nuestra Diócesis, si se lo pedimos con verdadero afecto e insistencia en nuestras peregrinaciones al Santuario de la Virgen de los Ángeles, la gracia de vocaciones abundantes.
Con mi bendición y afecto,
+ Joaquín María López de Andujar y Cánovas del Castillo
Obispo de Getafe
1 Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis,41
2 Benedicto XVI. Mensaje para la Jornada para las Vocaciones, 10 de Febrero de 2011