El evangelista S. Juan en su primera carta dice: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. Y S. Juan de Ávila solía repetir continuamente: “Sepan todos que nuestro Dios es amor”.
Tener fe no es simplemente creer que Dios existe, sino creer que Dios me ama. En el lenguaje ordinario solemos decir: este cree en Dios y este otro no cree. Y con ello lo que queremos decir es que uno cree que Dios existe y el otro no cree que Dios exista.
Eso está bien, pero la fe cristiana es mucho más que el simple creer que Dios existe. Para llegar a la conclusión de que Dios existe no hace falta tener fe. Hay muchos filósofos y pensadores en la historia que razonando sobre la maravilla del mundo han llegado a la conclusión de que debe existir “Algo” que esté en el origen de todo, porque si no existiera sería muy difícil explicar el orden del mundo y su belleza.
Cuando uno contempla el firmamento y ve el universo inmenso, que se mueve con una exactitud perfecta o cuando uno observa el comportamiento de un organismo vivo y no digamos ya del propio cuerpo humano, uno queda fascinado por la maravillosa armonía con la que todo se desarrolla.
La vida es un misterio fascinante y no es de extrañar que sean muchos, en las más diversas culturas y épocas que hayan llegado a la conclusión de que Dios existe. El universo es admirable, la vida es una especie de milagro, y la inteligencia humana es algo que nos cautiva. Por otra parte, la ciencia no rebaja este misterio sino al contrario, cuanto más sabemos de cómo es y cómo se ha hecho el universo, más enigmas se suscitan y mas se parece todo a una especie de relato fantástico y misterioso.
Pero la fe cristiana es más que creer que Dios existe. Es creer que Dios se ha manifestado en la historia, que ha establecido una Alianza con el pueblo de Israel y que esa Alianza ha alcanzado su plenitud en Cristo convocando a todos los hombres y a todos los pueblos. Por eso tener fe no es sólo creer que Dios existe, es entrar a formar parte de esa Alianza y tener una relación personal con Dios, una relación de tu a tu, de amigo a amigo. Una relación de amor.
Por eso hemos de tener muy presentes en nuestra mente y en nuestro corazón las palabras de S. Juan: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él”.
Pensar que Dios me ama supone creer que Dios quiere una relación personal conmigo y supone también saber que esa relación es posible porque Dios se ha hecho hombre en Jesucristo y con su humanidad glorificada, está presente en medio de nosotros y en cada uno de nosotros.
Creer en Dios significa creer que Dios quiere que le conozca y le ame y creer que quiere salvarme de una vida sin sentido y de la misma muerte.
Darse cuenta de esto es un gran regalo de Dios, porque el llegar a creer que Dios existe podemos hacerlo con nuestros razonamientos y nuestras fuerzas. Pero para estar seguro de que Dios me ama es necesario que sea Él mismo quien me lo diga y para ello tengo que estar abierto a su Palabra, a su Revelación y tengo que aceptar que esa Palabra, esa Revelación, se ha ido desarrollando en la historia, esta contenida en la Biblia, ha llegado a su plenitud en Jesucristo y, a lo largo de la historia, con asistencia del Espíritu Santo, ha sido custodiada y trasmitida por la Iglesia hasta llegar a nosotros.
Dejemos entrar en nuestra vida esta maravillosa noticia capaz de llenarnos de luz y de esperanza: “Dios es amor y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él”. Creer esto, es tener fe.
Para todos un saludo cordial y mi bendición.