16/07/2024. El descanso es bueno y necesario. Estos meses de verano, al menos para muchos, son un tiempo de descanso, un momento para dejar el trabajo a un lado, o cambiar el ritmo de la actividad. Al hablar de descanso estoy pensando en abrir un horizonte a lo cotidiano, a la rutina. No nos descansa el no hacer nada, sino el dar sentido a lo que hacemos, o el hacer con tranquilidad y alegría lo que habitualmente no podemos hacer.
Por eso, me atrevo a lanzaros esta pregunta: Tú, ¿en quién descansas? Has entendido bien, no he dicho qué te descansa, sino ¿en quién descansas? ¿En quién puede realmente descansar el hombre?, pues en Dios, porque es de Él de quien nos viene la salvación; esta es la experiencia del salmista, por eso comienza así el salmo 21, “Solo en Dios descansa mi alma”. Un salmo que nos llama a la confianza, la que expresa el mismo salmista que se ve asediado e incomprendido. Solo en Dios descansa el alma del hombre porque de Él le viene la salvación.
Hay una lección bonita en este salmo. La confianza en Dios abre el camino a la esperanza: “Descansa solo en Dios, alma mía, porque Él es mi esperanza”. Todos mis problemas, mis agobios, los sufrimientos tienen una respuesta en la salvación de Dios. El mal, por tanto, tiene un límite, la misericordia de Dios.
Alguno, con razón, puede pensar que esto no es lo él experimenta cada día, sino que esta sociedad de la prisa nos convierte en hombres y mujeres que viven agobiados y tristes. Esta experiencia la repetimos en uno de los himnos de Laudes cuando decimos: “Comienzan los relojes a maquinar sus prisas; y miramos el mundo. Comienza un nuevo día. Comienzan las preguntas, / la intensidad, la vida;/ se cruzan los horarios, / qué red, qué algarabía... Mas tú, Señor, ahora eres calma infinita. Todo el tiempo está en ti como en una gavilla” (Himno Laudes, Jueves de la I Semana).
Entonces, ¿qué hacer con nuestras prisas, con nuestros agobios?, ¿qué hacer con los interrogantes de la existencia y con las dudas? Pues ponerlos en manos de Dios y aprender a descansar en Él.
Esto nos lleva a una actitud que, creo, el hombre de hoy no practica con mucha frecuencia, me refiero al abandono. Llevar las riendas de la vida es una exigencia que nos imponemos a nosotros mismos sin darnos cuenta que estamos cargando con un fardo demasiado pesado; hay quien cree que debe cargar sobre sus hombros el peso del mundo. Es necesario confiar y abandonarse en manos de Dios y dejar que sea Él quien lleve mi vida. No quiero llamar a la dejación de la propia responsabilidad para uno mismo y para los demás, todo lo contrario; pero sí a no caer en la tentación de creernos los dueños y dioses de nosotros mismos.
La escena de Jesús en Betania con sus amigas, Marta y María, ilustra nuestra reflexión. María está embebida escuchando la palabra de Jesús; Marta, por el contrario, corre y está preocupada por los cuidados de este mundo, con sus afanes y preocupaciones, pero, ¿qué es lo verdaderamente necesario? Lo necesario es el trato asiduo con el Señor, la escucha de su Palabra, la preocupación por sus cosas. Lo demás también es importante, pero solo tendrá sentido desde lo único necesario.
Santa María, la Virgen de la confianza y del abandono, es un ejemplo precioso para mirarnos en él. Con su Sí a Dios nos enseña que solo en Él puede descansar nuestra alma, y solo en Él encuentra sentido nuestra vida y el ritmo de nuestra existencia.