02/02/2025. En la tarde de este domingo, fiesta de la Presentación del Señor, el obispo de la diócesis, Mons. Ginés García Beltrán, ha presidido en la Catedral de Getafe la Santa Misa en la que se ha recordado en especial a la vida consagrada. La celebracion ha comenzado con la bendición de la luz y la procesion de las candelas.

 

A continuacion, el texto completo de la homilía:

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

La vida es un don, la fe es un don, lo que vivimos cada día es un don. El misterio de la presentación del Señor en el templo que celebramos hoy nos lo recuerda. Somos del Señor y para el Señor. La vida recibida y entendida como don se acoge y se vive de otra manera, se vive en el agradecimiento, en el cuidado y con audacia al mismo tiempo. Lo hemos recibido para darlo, somos puentes para el Don.

En el contexto de esta fiesta celebramos también la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Os saludo a todos y a todas, queridos consagrados y agradezco de corazón vuestra presencia en esta Catedral de nuestra diócesis. Este es un signo precioso de nuestra vocación y misión comunes, además de nuestra unidad y comunión. El Obispo se siente feliz de compartir con vosotros este momento en torno a la Palabra y al Altar, signo y garantía de nuestra vocación.

La liturgia de hoy nos presenta el pasaje del Evangelio de Lucas (2, 22-40), donde María y José llevan al Niño Jesús al templo para cumplir con la Ley de Moisés. Llama la atención que lo que es y pretende ser el cumplimiento de un precepto legal, se transforma en un Encuentro. El primogénito es presentado al Señor, pero ese gesto se convierte en el encuentro de Dios en su humanidad con todo el pueblo creyente, simbolizado en las figuras de Simeón y Ana

Simeón, un hombre justo y devoto, quien había recibido la promesa del Espíritu Santo de que no moriría sin ver al Mesías. Al tomar al Niño en sus brazos, Simeón pronuncia el "Nunc dimittis", el cántico de despedida en el que proclama que ha visto la salvación de Dios. Junto a Simeón, encontramos a la profetisa Ana, una mujer anciana que servía en el templo con ayunos y oraciones. Al ver al Niño Jesús, también ella alaba a Dios y habla del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Simeón y Ana son verdaderos iconos de la esperanza. Ellos esperaron durante años, confiando en las promesas de Dios. Su paciencia y perseverancia en la fe son ejemplos para todos nosotros, especialmente para aquellos que han consagrado sus vidas al servicio del Señor. Ellos nos enseñan que la esperanza no es una virtud pasiva, sino activa y viva, que nos impulsa a seguir adelante en nuestro camino de fe, aun cuando las circunstancias sean difíciles.

Los dos vieron al Señor, lo tuvieron en sus brazos, vieron cumplida la promesa de la que nos hablaba el profeta Malaquías: “Voy a enviar un mensajero para que prepare el camino ante mí”. El mensajero ha llegado, Él ha llegado: Cristo, el Señor. Y sigue diciendo el profeta: “El Señor a quién vosotros andáis buscando”.

Permitidme queridos hermanos y hermanas que os abra el corazón y comparta también con vosotros una inquietud, que es solicitud pastoral por el pueblo que el Señor nos ha encomendado. Muchos de nuestros contemporáneos, hombres y mujeres que viven a nuestro lado, son nuestros vecinos, en estas pobladas zonas urbanas, crecidas de la nada, y periferias de la gran metrópolis, están buscando, tienen hambre y sed de sentido; no saben bien dónde buscar, ni siquiera qué quieren encontrar, pero buscan, y nosotros tenemos una Buena Noticia que ofrecerles, tenemos que decirles que Dios los ama y los espera. Hace unas semanas encontré unas palabras del papa Francisco en su Exhortación Apostólica, Evangelii gaudium, que me iluminaron y que ahora comparto también con vosotros para haceros participes del desafío que suponen: “Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente” (EG, 89)Ciertamente unas palabras proféticas que llevan dentro un desafío evangelizador para todos.

En este sentido es providencial el camino sinodal que vive la Iglesia, que ahora quiero recordar y renovar la voluntad de hacerlo nuestro en esta Iglesia diocesana en comunión con el sucesor de Pedro y con toda la Iglesia. El Sínodo es, ante todo, una oportunidad para caminar juntos, escuchar y discernir la voluntad de Dios para su pueblo. No reduzcamos la sinodalidad a palabras o reivindicaciones; es el momento de escuchar al Espíritu Santo, y hacerlo juntos, siendo dóciles a sus inspiraciones, para reforzar nuestra unidad, nuestra comunión, una misión única y compartida, y no para sentirnos mejor nosotros, sino para salir al mundo, a los hombres y mujeres de hoy y anunciarles a Cristo, muerto y resucitado, que hace nacer en nosotros una nueva vida. En los distintos lugares y ámbitos de la Iglesia y del mundo donde estáis, muchos de vosotros en las periferias físicas y existenciales, sed servidores de este encuentro que regenera encuentro y rompe muros, y hacerlo en comunión con la Iglesia. No lo olvidemos nunca, somos uno.

En este Año de la Esperanza, con el lema de esta Jornada: 'Peregrinos y sembradores de esperanza', estamos llamados a ser testigos y portadores de esperanza en medio del mundo.

En sus palabras de ayer durante las primeras vísperas con los religiosos, el Papa Francisco nos recordó la importancia de la esperanza en nuestra vida consagrada. Cómo ser portadores de luz en nuestra frágil humanidad a través de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Nos animó a ser luz en la oscuridad, y portadores de esta luz para las mujeres y hombres de nuestro tiempo. Cito sus palabras en referencia del deseo que todos tenemos de renovación, de “volver a los orígenes”, que seguro nos harán reflexionar a todos, y nos solo a vosotros, queridos consagrados: “Nos recuerda que la renovación, antes que con las reuniones y las “mesas redondas” ―que se deben hacer, son útiles―, se realiza ante el Sagrario, en adoración. Hermanas, hermanos, nosotros hemos perdido un poco el sentido de la adoración. Somos demasiado prácticos, queremos hacer las cosas, [pero hay que] adorar, y en la capacidad de adoración en el silencio, se redescubren las propias fundadoras y a los propios fundadores principalmente como mujeres y hombres de fe, y repitiendo con ellos, en la oración y en la entrega: «Aquí estoy, yo vengo […] para hacer, Dios, tu voluntad» (Hb 10,7).

Una antigua antífona de esta fiesta dice. “El anciano llevaba al Niño, pero era el Niño el que conducía al anciano”. Nosotros, queridos hermanos y hermanas, estamos llamados a llevar al Señor, pero no olvidemos que es Él quien nos lleva a nosotros; esta convicción de fe nos hará vivir en confianza y abandono, nos hará ser hombres y mujeres de esperanza que la siembran en el mundo para la gloria de Dios.

Queridos hermanas y hermanos, en este día de la Presentación del Señor, Jornada de la Vida Consagrada, recordemos el ejemplo de Simeón y Ana, quienes con esperanza y fe reconocieron al Mesías y proclamaron la salvación de Dios. Sigamos su ejemplo, siendo portadores de esperanza en nuestro mundo. Caminemos juntos como Iglesia, escuchando y discerniendo la voluntad de Dios, y mantengamos viva la llama de la fe en nuestras comunidades, para que sigan siendo un signo de salvación en medio de la Iglesia y del mundo.

Gracias queridos consagrados y consagradas. Gracias por vuestra presencia en esta Iglesia que camina en Getafe. Gracias por lo que hacéis y, sobre todo, por lo que sois. Que el Señor os bendiga y os guíe en vuestro camino, y sed que siempre "Peregrinos y sembradores de esperanza".

 

 

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