29/04/2025. El obispo de Getafe, Mons. Ginés García Beltrán, ha presidido en la catedral de Getafe en la tarde del lunes 28 de abril el funeral diocesano por el Papa Francisco.
A continuación, el texto completo de la homilía:
Queridos hermanos y hermanas en el Señor
Esta tarde, en el tiempo de la Pascua, nos congregamos en torno al altar del Señor con el corazón lleno de gratitud y, al mismo tiempo, de conmoción interior por la desaparición para la escena de este mundo del querido papa Francisco. Ha partido hacia la casa del Padre quien, durante estos años, nos ha guiado con su palabra, su ejemplo y su testimonio de vida: el Papa que vino del sur, de más allá del océano. A lo largo de su ministerio, nos mostró con claridad que la vida cristiana es un camino de encuentro con Cristo, de entrega generosa y de amor sin límites.
La liturgia de hoy ilumina este momento de la Iglesia con la luz de la esperanza. Como nos dice San Pablo en su carta a los Filipenses: "Todo lo considero pérdida comparado con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él" (Fil 3,8-9). Estas palabras bien pueden resumir el pontificado de Francisco, quien vivió con esta radicalidad evangélica, incluso al elegir el nombre del poverello de Asís, indicando que quería que su ministerio en la sede de Pedro tuviera “sabor a Evangelio”, como la vida y el carisma de S. Francisco. En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, nos recordaba con insistencia que "Jesús nos invita a superar la tentación de la mediocridad espiritual. No se conforma con una fe tibia, sino que nos quiere ardientes en el amor y la misión" (EG 10).
Francisco fue un pastor con olor a oveja, tal como él mismo pidió a los sacerdotes en la Misa Crismal de 2013: "Esto es lo que yo les pido: sean pastores con olor a oveja, pastores en medio de su pueblo y pescadores de hombres" (Homilía, 28 de marzo de 2013). Su pontificado fue reflejo de esta cercanía, de un amor tangible por los pequeños, los marginados y los pobres. No fue un papa de gestos vacíos, sino de acción concreta. Su opción preferencial por los pobres quedó de manifiesto desde el primer día y en cada paso que dio. Nos enseñó a mirar a los descartados, a reconocer en ellos el rostro de Cristo y a hacerles sentir parte viva de la Iglesia.
En el Evangelio que acabamos de proclamar, Jesús se dirige a Pedro con una pregunta que atraviesa la historia y llega hoy hasta nosotros: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" (Jn 21,15). Esta pregunta resonó en el corazón del Papa Francisco y se convirtió en el fundamento de su ministerio. Nos recordó que el seguimiento de Cristo no es solo un conjunto de reglas y normas, sino sobre todo una cuestión de amor. "No puede haber verdadera evangelización sin el amor concreto a las personas, sin la ternura, sin la alegría del Evangelio que transforma vidas" (EG 264).
El Papa Francisco nos recordó, en cada encuentro, en cada abrazo sincero a los descartados del mundo, que la amistad social es el camino para una humanidad reconciliada, tejida con lazos de respeto y cuidado mutuo. En su encíclica Laudato Si’, nos urgió a despertar la conciencia de que nuestra casa común no es un recurso a explotar, sino un don que debemos proteger con amor y responsabilidad. En Fratelli Tutti, nos mostró que la fraternidad no es un ideal lejano, sino una tarea cotidiana que construimos con pequeños actos de cercanía y compasión. Su vida fue testimonio de una fe encarnada en el servicio, una fe que se hizo camino entre los más vulnerables, llamándonos a ser instrumentos de paz y justicia. Hoy, su legado nos desafía a continuar esta misión, convirtiendo cada gesto de amor en semilla de esperanza para el mundo.”
Esta diócesis de Getafe ha sido testigo del cariño del Papa Francisco. En cada encuentro que tuve con él, siempre me preguntó por Getafe con un conocimiento que aun hoy me sigue sorprendiendo –de hecho, alguna vez le pregunté si conocía Getafe, a lo que me contestó que nunca había estado-; su actitud siempre atenta demostraba el interés genuino por nuestra diócesis. Recibió a nuestro seminario mayor el pasado verano, era la segunda vez que lo hacía, durante más de dos horas, respondiendo a todas las preguntas de los seminaristas, y mostrando su esperanza y confianza en los futuros sacerdotes de nuestra Iglesia. Su legado en nuestra diócesis queda reflejado en esa expresión que él mismo nos dejó como testamento espiritual: Dilexit Nos, nos amó. Nos amó con gestos y palabras, nos amó con su insistencia en la misericordia y el perdón, nos amó al recordarnos que el centro de nuestra vida debe ser Cristo.
No podemos olvidar el último regalo que el Papa Francisco dejó a nuestra diócesis: el reconocimiento del culto como beata a Sor Juana de la Cruz de Cubas de la Sagra. Con este gesto, confirmó su sensibilidad hacia las figuras de santidad que han marcado nuestra historia y nos animó a beber de la fuente de su espiritualidad. Como él mismo nos enseñó, "los santos nos acompañan, nos inspiran y nos recuerdan que la santidad es posible para todos, en la sencillez de la vida cotidiana" (Gaudete et Exsultate, 8).
Y si algo nos enseñó el Papa Francisco es que la Iglesia debe ser casa de puertas abiertas, hogar para todos. Nos exhortó a salir al encuentro de los alejados, de los heridos por la vida, de aquellos que no encuentran sentido ni esperanza. Nos animó a ser una Iglesia viva, en movimiento, como nos dijo en Christus Vivit: "No se queden sentados esperando a que llegue el mundo. Salgan al encuentro de quienes necesitan la luz de Cristo, la esperanza de su amor" (CV 176).
Hoy, hermanos, es el día de agradecer, de recordar y de asumir el reto de continuar su misión. El Papa Francisco ha partido al abrazo eterno de Dios, pero su testimonio sigue entre nosotros. Su enseñanza nos interpela, su ejemplo nos exige compromiso, su amor nos llama a dar respuesta. Que el Señor reciba su alma en la gloria, y que nosotros, inspirados por su vida, sigamos construyendo una Iglesia fiel al Evangelio, firme en la esperanza y siempre cercana a los más necesitados.
No puedo concluir mis palabras sin invitaros a dirigir nuestra mirada a la Virgen María, a quien el Papa Francisco amó con un corazón filial y confiado. Desde el inicio de su pontificado, acudió a la Basílica de Santa María la Mayor para poner su ministerio bajo su protección, y ahora ha querido reposar allí, bajo su mirada maternal. En ella encontró siempre refugio, consuelo y fuerza para su misión. Cuántas veces nos recordó que "María es madre que nos enseña a esperar, a confiar en la misericordia de Dios, a amar sin medida" (Homilía, 1 de enero de 2016). Que Santa María nos ayude a vivir con la misma fe y entrega con que Francisco sirvió a la Iglesia. Que, como él, podamos decir con confianza: "Madre, aquí estamos, guíanos en el camino hacia tu Hijo" (Ángelus, 15 de agosto de 2013).