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HOMILÍA EN LA DEDICACIÓN DE LA PARROQUIA S. PABLO VI Y CONSAGRACIÓN DEL ALTAR EN MÓSTOLES

Getafe, 29 de mayo de 2024

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:


Hoy es un día gozoso para todos; he de confesar que a mí me embarga, particularmente, la emoción, por una razón doble, comenzar la andadura de una nueva parroquia en un barrio nuevo y joven de esta querida ciudad de Móstoles, y dedicarla a S. Pablo VI, el Papa del concilio Vaticano II, y sin duda uno de los testigos más significativos de la iglesia del siglo XX; desde mi más temprana juventud me une a este Pontífice un profundo vínculo de afecto y devoción.


Quiero dar gracia a Dios que nos permite dedicar esta nueva parroquia a su gloria y al servicio de la Iglesia, al tiempo que consagraremos el Altar donde se celebrará la Eucaristía que dará identidad y forma a esta nueva comunidad cristiana. Mi agradecimiento más sincero también a todos los que han hecho posible esta obra al servicio de la Iglesia y del barrio.


A los pocos días de llegar a esta diócesis de Getafe, venía yo de otra diócesis pequeña y rural en el sur de España, tuve la oportunidad de visitar –en coche- este nuevo barrio, y confrontarme con una nueva realidad urbana y significativo crecimiento. La impresión fue grande. Pude comprobar, aunque era de noche, cómo se iban alzando los edificios y demás construcciones que en un breve espacio de tiempo crearían un barrio muy grande; pensé y pedí en mi corazón que tantos hombres y mujeres que habían de habitar este lugar no vivieran la ausencia de Dios, que tuvieran un lugar que fuera hogar para los creyentes y para todos los hombres que lo necesitaran material o espiritualmente. Me vino enseguida a la memoria Pablo VI -todavía no había sido canonizado-, y su preocupación de pastor por construir iglesias en la inmensa y en crecimiento diócesis de Milán, y además lo hizo con estilo bello y evangelizador; a su intercesión me acogí para que también nosotros supiéramos hacerlo.


En los años siguientes se hizo clara la necesidad de crear dos nuevas parroquias, en nuevos barrios, una en Alcorcón, y otra, aquí, en el PAU 4 de Móstoles. Enseguida me vino al corazón que podíamos ponerla bajo el patrocinio de dos grandes y santos papas del siglo XX. En Alcorcón sería Juan Pablo II, y aquí, Pablo VI. Por eso, y por la misericordia de Dios, hoy estamos aquí para inaugurar esta nueva parroquia, tal como dijimos el día en que colocamos la primera piedra, hacer ahora trece meses.


1. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Estas palabras de Jesús en el Evangelio que acabamos de proclamar están dirigidas a Pedro, el primero de los apóstoles, después que hubiera confesado a Jesús como Mesías, e Hijo de Dios.


La Iglesia se edifica sobre la fe, es decir, sobre el reconocimiento y la adhesión de todo lo que somos, mente, corazón, y voluntad a Dios que se ha manifestado en Cristo Jesús. La Iglesia vive de la fe que es la experiencia viva de un encuentro que transforma el corazón humano y da una nueva orientación a la vida. No estamos aquí porque opinamos que Jesús es un tipo muy especial, ni siquiera un modelo de humanidad. Estamos aquí porque Jesucristo es el Señor, el Hijo del Padre, el que ha muerto y ha resucitado, el que nos ha dado el don del Espíritu Santo. Cómo no recordar las palabras de S. Pablo VI, en su memorable homilía en Manila.


“Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico. ¡Jesucristo! Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos” (1970).


Esta es la fe que hemos recibido a través del testimonio de otros, desde los primeros apóstoles que fueron tras el Señor, y vivieron con Él, los que fueron testigos de su resurrección. La fe, queridos hermanos, se transmite por el testimonio, comenzando por la familia, iglesia doméstica, donde los padres son los primeros evangelizadores con su testimonio, hasta llegar a la parroquia donde experimentamos el gozo de la comunión, donde sentimos el abrazo de Dios que nos alimenta y nos cuida. La catequesis y la formación cristiana serán un pilar fundamental en la construcción y crecimiento de la parroquia.


2. La fe entonces se manifiesta como un acontecimiento que celebramos, un encuentro con el Misterio de Dios, especialmente a través de los sacramentos, pero también de los demás momentos de la liturgia, la oración, y la devoción personal o comunitaria. El cuidado de estos momentos de encuentro hace crecer y consolidad la comunidad, lo mismo que la iniciación cristiana que aquí se vivirá nos reinicia a los que ya participamos de la vida cristiana en la Iglesia. Tenéis que ser una comunidad que inicia, consecuencia y fruto de una comunidad que es misionera. Será la oportunidad de llamar a tantos hombres y mujeres de este barrio que no sabrán que aquí hay una parroquia, y otros, ni siquiera conocerán al Señor. Seamos una parroquia misionera.


Una de las expresiones más conocidas y repetidas del S. Pablo VI es: “La Iglesia existe para evangelizar”. Estas palabras han sido guía y referencia para la evangelización en las ultima décadas en la Iglesia. “Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia"; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (EN, 14).


La misión solo es posible, querido hermanos, cuando hay una relación íntima del creyente con Dios, cuando lo que anunciamos, lo alimentamos en la escuela del Maestro y en su mesa; cuando volvemos a reconciliarnos con Él después que como hijos pródigos nos alejamos de su amor. Los lazos de unión y de amistad con el Señor y entre nosotros será el medio para ser testigos. Os invito a ser una comunidad eucarística, que tiene su centro en el Misterio de la Eucaristía celebrado, adorado y vivido. “Porque si la Sagrada Liturgia ocupa el primer puesto en la vida de la Iglesia, el Misterio Eucarístico es como el corazón y el centro de la Sagrada Liturgia, por ser la fuente de la vida que nos purifica y nos fortalece de modo que vivamos no ya para nosotros, sino para Dios, y nos unamos entre nosotros mismos con el estrechísimo vínculo de la caridad”, afirma Pablo VI en la Myterium Fidei, n. 19.


3. De aquí que una comunidad que profesa la fe y la celebra, principalmente, en la Eucaristía, tiene que ser una comunidad que vive la caridad. Una comunidad que tiene a los pobres en el centro de su amor y su preocupación. Una comunidad que mira a los distintos rostros de la pobreza, hoy tan variados, para acogerlos como acogemos a Cristo.


El Papa Pablo VI reflexionó en su amplio magisterio sobre la caridad desde la perspectiva de la justicia y el progreso de los pueblos. Las ideologías no son suficientes, la caridad siempre es necesaria, también, y, sobre todo, es este mundo tan tecnologizado en el que vivimos, primero, como estímulo, después como complemento de la justicia. Difícilmente se hace justicia cuando no la impulsa la caridad, de lo contrario la justicia será burocrática e impersonal (Cfr. Audiencia 29 de enero de 1978). La caridad da calor a todo lo que hacemos, porque es el amor de Dios que vive en nosotros y nos impulsa a amar como Él ama.


4. Por último, y siguiendo la enseñanza de S. Pablo VI, os pido que cultivéis en esta parroquia la cultura del diálogo. Al papa Montini se le conoce como el papa del diálogo porque en él quiso fundamentar su pontificado, como lo manifestó en su primera Encíclica, Ecclesiam Suam, dedicada al diálogo. La Iglesia es un coloquio de salvación entre Dios y la humanidad, la Iglesia es el instrumento para que se de este diálogo, y este sea fecundo. Estamos llamados a la unidad, a unir mediante el testimonio de nuestra unidad, a procurar que se cumpla en toda la humanidad el sueño de Dios, que seamos uno.


Por eso, en medio de una cultura de la polarización, donde nos reconocemos como extraños, y hasta como adversarios, los cristianos estamos llamados a aportar la cultura del diálogo, del encuentro como le gusta decir al papa Francisco, en la que reconozco al otro como el que viene conmigo, el que camina conmigo, mi hermano. Hemos de construir la civilización del amor.


Pablo VI, en el concilio Vaticano II, declaró a María, Madre de la Iglesia, por eso, he querido que en esta parroquia se venere a la Virgen con esta advocación. Que María, Madre de la Iglesia acompañe a esta comunidad siempre, y que todos podamos sentir su presencia y amor maternal.