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SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS CELEBRACIÓN DE LOS JUBILEOS SACERDOTALES DE ORO Y PLATA

Cerro de los Ángeles, 7 de junio de 2024

Queridos hermanos en el episcopado. Saludo al Sr. Obispo auxiliar, D. José María, y al Obispo emérito, D. Joaquín.
Queridos hermanos sacerdotes, especialmente saludo y felicito a los hermanos que este año cumplís el 60, 50 y 25 aniversario de vuestra ordenación sacerdotal.
Queridos diáconos y seminaristas,
Queridos consagrados y consagradas,
Hermanos y hermanas en el Señor.

La celebración de esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús tiene para nosotros una significación muy especial, y no solo por lo que este lugar representa para la diócesis de Getafe y para la Iglesia en España, arropada por los brazos y el corazón abierto de Cristo, sino porque el Misterio del Corazón del Señor constituye el rasgo de identidad más destacado de nuestra espiritualidad como diócesis. Además, esta fiesta es el momento y la oportunidad en la que damos gracias a Dios por la vida y el ministerio sacerdotal de los hermanos que este año celebran su jubileo sacerdotal con motivo de los 60, 50, o 25 años de su ordenación.

Esta tarde también clausuraremos el Año Jubilar que se ha celebrado en el Carmelo con motivo del primer centenario de su fundación. Año lleno de gracias marcado por la peregrinación de miles de fieles que han querido unirse al gozo de las Madres Carmelitas Descalzas por el don de esta presencia que nació con el fin de cumplir con la petición del mismo Señor a Santa Maravillas de Jesús de rezar por España; a lo largo de este último siglo han sido muchas las almas que se han inmolado en un silencio orante y contemplativo por la fe de nuestro pueblo. Damos gracias al Señor y le pedimos que este acontecimiento haya sido motivo de renovación espiritual, y que lo siga siendo en el futuro.

1. El evangelio de S. Juan ha vuelto a poner, un año más, a nuestra contemplación la escena del Calvario. Jesús ya había muerto, nos dice el texto evangélico, no tenía sentido quebrarle las piernas, sin embargo, aquel soldado, sin saberlo, pues su intención no era sino certificar la muerte, va a realizar un gesto lleno de sentido profético: traspasarle el costado. Al abrir el costado del Señor, de él brota la fuente de la gracia, brota el agua y la sangre, brota el bautismo y la eucaristía, brota, en definitiva, el amor que llena y desposa a la Iglesia.

El evangelista no habla en ningún momento del corazón, aunque lógicamente la lanza hirió el corazón para comprobar que Jesús ya estaba muerto, y es que no es la intención del Evangelio pararse en lo anatómico, va más allá. El corazón habla de todo el hombre interior, por eso toda la tradición de la Iglesia ha visto en este gesto un significado profundo, el del corazón herido de Cristo, icono de su amor por nosotros. Así lo expresa el mismo Juan que se presenta como el Testigo que da testimonio citando a la Escritura: “Mirarán al que traspasaron” (cfr. Za 12,10).

Somos invitados, queridos hermanos, a entrar en el don de la mirada, a penetrar en la belleza de lo que significa mirar a Cristo, y este crucificado; mirar su costado abierto e intuir la gracia del corazón que sigue palpitando por amor. Mirar a Cristo para descubrir el Misterio de su Corazón, entrar en él para llegar desde él a nuestro propio misterio, el de la humanidad herida y redimida, y es que el corazón humano solo se entiende desde este corazón de Jesús. “El Corazón llama. El Corazón «invita». Para esto fue abierto con la lanza del soldado”, dice S. Juan Pablo II

Entrar en el Corazón de Cristo es también entrar en el corazón de la fe, de nuestra vida cristiana, y, particularmente, para nosotros, hermanos sacerdotes, es entrar en el corazón de nuestra vida y ministerio. Cristo en el misterio de su Corazón es la referencia siempre necesaria de nuestra vida. Ser como Él, vivir como Él, actual como Él, y, sobre todo, ser y existir en Él.

El papa Benedicto XVI, con motivo del 50º aniversario de la Encíclica Haurietis Aquas, en una carta dirigida al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Peter-Hans Kolvenbach, escribía: “El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que nos invita a acudir la encíclica Haurietis aquas: debemos recurrir a esta fuente para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás” (15 de mayo de 2006).

2. La oración tan sencilla y tan popular a modo de jaculatoria: “Sagrado Corazón, en ti confío”, expresa de modo maravilloso la esencia de la devoción al Corazón de Jesús, al tiempo que muestra nuestra respuesta ante este misterio precioso de amor: la confianza. Al hablar de esta confianza, quisiera detenerme y comentar brevemente el “Acto de confianza” que nos ha dejado S. Claudio de la Colombiére, testigo privilegiado del Misterio que celebramos en esta fiesta.

La oración de S. Claudio es una invitación a la confianza que comienza en el abandono a la voluntad de Dios, convencidos que Dios siempre vela por nosotros, nunca nos deja, así puedo descargar en Él todas las inquietudes que me atemorizan y me paralizan en mi vida, «en paz me acuesto y en seguida me duermo, porque Tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo» (Sal 4,10).

¿Qué me asusta de mí, de mi futuro?, ¿qué puedo perder en la vida?, ¿qué me pueden quitar?; incluso el pecado, mi pecado, me puede apartar de la gracia, pero yo nunca perderé la esperanza en la salvación de Dios, como dice S. Pablo nada podrá apartarnos del amor de Dios.

Y, ¿dónde pongo mi confianza? Muchas veces ponemos la confianza en las cosas, o en las personas, en nuestros bienes, o en las cualidades personales; otras veces, justificamos la desidia en el presente esperando que el futuro vendrá en nuestro beneficio, o nos aferramos a un pasado al que hemos de mirar con agradecimiento más que con añoranza estéril. La confianza requiere de la humildad y del desapego a lo que es pasajero. Incluso nuestra oración, las penitencias y las buenas obras deben estar al servicio de su Autor que es Dios en el que ponemos nuestra confianza.

Termina S. Claudio su oración: “En fin, para mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta dónde puede llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, para el tiempo y para la eternidad”.

Preciosa lección, querido hermanos y hermanas; preciosa y necesaria lección para nosotros, queridos hermanos sacerdotes. Necesitamos la confianza en el Señor; nunca es momento, pero hoy mucho menos, para detenernos en lamentaciones estériles, ni detenernos a mirar o juzgar en la queja constante lo que ocurre a nuestro alrededor. Solo la confianza en el Señor nos dará raíces para llegar a lo más profundo de esta tierra con sus riquezas, y también con las asperezas, solo la confianza nos dará alas para volar hasta todos los hombres que nos necesitan y esperan de nosotros una palabra de luz y aliento que los acerque a Dios. La confianza en el Señor nos hará actuar como lo que somos padres y hermanos cercanos a los hombres que el Señor nos ha encomendado.

Puesta nuestra confianza en el Señor seremos los pastores ilusionados e incansables que saldremos a los cruces de los caminos para anunciar la Buena Noticia del Evangelio y suscitar la conversión de los que no conocen todavía al Señor; los pastores de comunidades acogedoras, misioneras y samaritanas. La confianza en el Señor nos abrirá el corazón para acoger las llamadas de la Iglesia a caminar juntos, sinodalmente, para ser testigos creíbles en medio del mundo. En definitiva, la confianza en el Señor nos hará “pastores según su corazón”.

3. Hoy hablamos mucho del corazón, de las heridas del corazón; otras veces hablamos del corazón en un contexto de frivolidad, las cosas o los programas del corazón; vivimos en la cultura del sentimiento y de la emoción, pero ¿dónde queda el verdadero corazón? Con razón algunos piensan, o pensamos, que vivimos en un mundo sin corazón. En este ambiente, proponer el misterio, la espiritualidad y la experiencia del Corazón de Cristo es una buena noticia para nuestro mundo. Es un servicio que la Iglesia y los cristianos hacemos al hombre de hoy a su dignidad que es infinita, es una propuesta verdaderamente cultural.

El Corazón del Señor nos lleva a la verdad sobre el corazón, el suyo y el nuestro, al corazón del mundo y de la historia. En él se curan las heridas del corazón humano, también las más profundas. Ni la violencia, ni la guerra pueden ser el camino de sanación de las heridas, tampoco las reivindicaciones estériles que solo pueden tapar o adormecer el dolor de la herida, pero no lo cura. Solo el amor es verdaderamente curativo, el amor que brota del Corazón de Cristo.

En este sentido quisiera repetir unas palabras de S. Juan Pablo II que tienen hoy una gran actualidad: “Por consiguiente, invito a todos los fieles a proseguir con piedad su devoción al culto del Sagrado Corazón de Jesús, adaptándola a nuestro tiempo, para que no dejen de acoger sus insondables riquezas, a las que responden con alegría amando a Dios y a sus hermanos, encontrando así la paz, siguiendo un camino de reconciliación y fortaleciendo su esperanza de vivir un día en la plenitud junto a Dios, en compañía de todos los santos (cf. Letanías del Sagrado Corazón). También conviene transmitir a las generaciones futuras el deseo de encontrarse con el Señor, de fijar su mirada en él, para responder a la llamada a la santidad y descubrir su misión específica en la Iglesia y en el mundo, realizando así su vocación bautismal (cf. Lumen gentium, 10). (Mensaje a Mons. Louis-Marie Billé, Arzobispo de Lyon,con motivo de la peregrinación a Paray-le-Monial. Francia. 1.999).

Este miércoles, en la Audiencia General, el papa Francisco anunció que el próximo mes de septiembre, con motivo del 350° aniversario de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque, publicará “un documento que recoja las valiosas reflexiones de los textos magisteriales anteriores y de una larga historia que se remonta a las Sagradas Escrituras, para volver a proponer hoy, a toda la Iglesia, este culto lleno de belleza espiritual. Creo que nos hará muy bien meditar sobre diversos aspectos del amor del Señor que pueden iluminar el camino de la renovación eclesial; y que también digan algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón. Les pido que me acompañen con la oración durante este tiempo de preparación; la intención es hacer público este documento el próximo mes de septiembre”. Acompañemos, por tanto, al Santo Padre con nuestra oración y afecto.

Mañana celebraremos el corazón de María, que Ella que todo lo meditaba y guardaba en su corazón, siempre unido al de su Hijo, nos ayude a nosotros a tener uno como el suyo.