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28/09/2023. En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”». Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis». 

 

Dios espera y mendiga nuestro «sí»

Lo primero que me sorprende del Evangelio del próximo domingo es que Dios espera y mendiga nuestro ‘sí’. Nos llama a todos a trabajar en su viña. Está más empeñado en nuestra felicidad que nosotros mismos. 

Mientras haya tiempo, nada le hace desistir en su empeño. Cristo conoce nuestro corazón porque ha sido hecho por sus manos y sabe que nuestra vida encuentra su plenitud en la escucha y obediencia al Padre, que coincide con la participación en el Reino de Dios. Precisamente para que el hombre pueda responder filialmente a esta invitación, Él mismo responde y obedece a la llamada del Padre.

Jesús es el Hijo que responde afirmativamente a la invitación del Padre y obedece yendo a la viña. En la obediencia de Cristo y por obra del Espíritu Santo, al hombre se le abre un espacio eterno en el que también pueda responder al Padre. Esto es lo que manifiesta y posibilita la obediencia de aquel hijo que en un principio dijo que no iría a la viña. 

Es precisamente delante de Cristo donde la libertad guiada por el afecto es despertada y atraída como nunca antes, aunque siempre sin anularla, como se ve en el hijo de la parábola que no obedece, lo cual incrementa el drama propio de la libertad. Por tanto, la fe en Cristo es la condición para acceder al Reino y rechazar a Jesús es excluirse del Reino. Adentrémonos ahora en la identidad y repuesta de los dos hijos. 

En el primer caso Jesús identifica a pecadores y prostitutas. Pero, ¿por qué ahora han escuchado y obedecido? La razón principal es la presencia misma de Cristo, como plenitud de la revelación y respuesta definitiva e integral a la necesidad de salvación. Cristo, la amistad con Él, es la respuesta al deseo de una vida cumplida, de un sentido y un significado que nos permita mirar con simpatía y misericordia nuestra vida, nuestra historia y nuestro destino. 

Pero esto también lo tenían delante los fariseos con los que identifica al segundo hijo. ¿Por qué no obedecieron?, ¿cuál es la diferencia? Por su situación histórica, los publicanos y prostitutas tenían una mayor conciencia de su necesidad de salvación y, por tanto, una mayor disponibilidad ante una eventual respuesta. A la vez, no podían hacer depender la participación en el Reino de Dios de una perfección ética que no cumplían y que los fariseos se encargaban de recordarles. 

Precisamente este es uno de los principales obstáculos que tenían los fariseos, sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, para los que la salvación se equiparaba al cumplimiento y observancia de muchos preceptos, haciendo a su vez que fuera inalcanzable para aquellos otros a los que despreciaban. 

Esta posición moralista inhabilita para el camino de la salvación, porque excluye cualquier novedad que no dependa del propio esquema ya preconcebido. Dios ya no les inquieta, han dejado de sorprenderse, de necesitarle; se bastan a sí mismos y sus esquemas de «cumplimiento». Se da por cerrada la partida, el corazón se acomoda a lo ya sabido y transmitido. Pero Jesús abre una y otra vez la partida y nos sigue ofreciendo hoy la entrada y participación en su Reino a través del seguimiento de su persona en la carne frágil y ungida de la Iglesia.