Queridos amigos, en este domingo vamos a recibir grandes enseñanzas de dos viudas que aparecen en la Escritura. A través de ellas y de su comportamiento, Dios nos hace una llamada muy profunda y llena de amor hacia nosotros. Es como si se dirigiese a cada uno y nos dijera: “¿me podrías entregar tu vida?” Y nosotros tal vez, contestaríamos: “pero, Señor, ¿que parte de mi vida quieres que te entregue?” Y él nos diría: “La quiero por entero”.
La primera lectura narra el encuentro entre el gran profeta Elías y una viuda, en Sarepta, cerca de Sidón, allá por el siglo IX antes de Cristo. Elías se destacó en la lucha contra la idolatría que el rey Acab había consentido, y en la escena que escucharemos, se hará patente que Dios es el único rey del mundo y de la naturaleza, no así los falsos ídolos llamados Baales. Elías le pide a esta viuda pobre y desconocida un poco de pan. Ella está desesperada pues no aguarda mucho de la vida, ni para ella ni para su hijo. Elías, en nombre del Señor, se lo pide todo, y Dios no falla y multiplica la harina y el aceite.
El salmo 145 fue probablemente compuesto para celebrar la dedicación del Templo, una vez reconstruido tras los duros años de la deportación a Babilonia. El pueblo de Israel ha sufrido en sus carnes todo tipo de calamidades, pero ahora puede decir con alegría, que Dios, “mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos”. Él cuida de las personas más débiles, y aquí volvemos a encontrar a las viudas: “Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados”.
Seguimos con la lectura continuada de la carta a los Hebreos. Recordemos que va dirigida a cristianos venidos del Judaísmo, un tanto nostálgicos del espectacular culto que se celebraba en el templo de Jerusalén. Lo que nos viene a decir el autor, es que ese culto ha quedado obsoleto. Ahora, Cristo es el auténtico lugar de encuentro con Dios. Su muerte es el verdadero sacrificio que borra los pecados de una sola vez. Él, nuestro Sumo Sacerdote, volverá definitivamente al final de los tiempos y nos llevará a la felicidad eterna.
El Evangelio de hoy comienza con duras palabras hacia los escribas por parte de Jesús. Los desencuentros con ellos son numerosos. Forman uno de los grupos que demostró más violencia contra Jesús. Según podemos deducir de las palabras del Señor, solían aconsejar a las viudas, pero no gratuitamente, aprovechándose del desvalimiento ajeno. La actitud de Jesús es bien distinta. Esta mañana lo contemplamos sentado enfrente del arca de las ofrendas. El Señor no quita ojo a todos aquellos que depositaban su aportación. Una mujer, una pobre viuda, llama su atención: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Queridos amigos, la viuda de Sarepta que atendió a Elías y la viuda del Templo que sacó de Jesús palabras de admiración, tienen algo en común. Las dos, llenas de confianza en Dios, lo dan todo, sin reservarse nada. Esa es la actitud que nos pide hoy el Señor. Y tiene derecho a pedírnosla porque Él, previamente y sin mérito alguno de nuestra parte, nos lo ha dado todo. La racanaría y la falta de generosidad no tienen lugar ante la cruz de Jesús, nuestro sumo sacerdote. Él derramó toda su sangre por nosotros y nos amó hasta el extremo. ¡Cómo reservarse algo ante él! Entreguémosle todo, entreguémonos del todo. ¡Feliz domingo!

 
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